Darwin en la cultura
popular
S. LL. - 30/06/2004
Apenas un año después
de la publicación de El origen de las especies, en
1860, tuvo lugar un notorio enfrentamiento académico
en la British Association. Un enfrentamiento reconocido
como el primer encontronazo científico merecedor
en aquel entonces de la atención de los nacientes
medios de comunicación. Los protagonistas fueron
Thomas Huxley, el fundador de la saga de los Huxley, abuelo
del escritor Aldous, y el obispo Samuel Wildberforce. El
primero era conocido como el bulldog de Darwin, por la vehemencia,
pasión y tenacidad con las que defendía las
ideas evolutivas. Y el segundo, el obispo Wildberforce,
era famoso a su vez por su habilidad dialéctica en
favor de las tesis conservadoras de la iglesia. El debate
transcurría por las tranquilas aguas académicas
hasta que el obispo, envalentonado, le preguntó a
Huxley por parte de quién descendía él
del mono, si por parte paterna o materna. En ese momento,
Huxley, encendido de ira, le contestó que prefería
descender de un mono que de un obispo.
Años después, en 1925,
ya en Estados Unidos, el debate de la evolución centró
de nuevo la atención mediática con el llamado
Juicio del mono. El juicio a John Scopes, profesor de instituto
de enseñanza secundaria, acusado del crimen de enseñar
la teoría de la evolución, fue el primer juicio
retransmitido por la radio, y tuvo a la gente pegada al
receptor durante días y días. Tal fue el impacto
popular del juicio que los avispados empresarios de Broadway
no dudaron, ya en los años cincuenta, en convertirlo
en una obra de teatro: La herencia del viento, de Jerome
Lawrence y Robert E. Lee. Una obra, que con el mismo título,
Stanley Kramer convertiría a su vez en película
en 1960, y que protagonizó nada menos que Spencer
Tracy y Frederic March, uno como el abogado de la tolerancia
y el otro como el archidefensor de la intransigencia y la
ignorancia.
Desde entonces el espectáculo
de la evolución ha servido como fuente de inspiración
al cine y a la literatura. En cine, por ejemplo, no se puede
obviar el influjo de las teorías de Darwin en una
película como 2001 Odisea del espacio, de Stanley
Kubrick. Ni su irónica inversión en El planeta
de los simios (1968), de Franklin J. Schaffer, donde los
monos, amos de la tierra, se cuestionan su evolución
a partir de los hombres.
El propio Darwin ha sido protagonista
de varias aproximaciones a su odisea vital. Sobre todo al
famoso viaje que realizó en su juventud alrededor
del mundo, y que lo mantuvo cinco años alejado de
Gran Bretaña. El comandante del barco, el famoso
HMS Beagle, Robert FitzRoy, un joven veinteañero
como el mismo Darwin, eligió al naturista porque
había estudiado teología y no precisamente
por su habilidad científica. FitzRoy esperaba consuelo
espiritual de Darwin pero sólo encontró escepticismo
y duda sistemática. Al parecer el viaje fue un infierno
para ambos, tal como retrata el libro La sombra de Darwin
o el más explícito Darwin contra FitzRoy.
Pero más allá de la recreación histórica,
ha sido el género de la ciencia ficción, con
su naturaleza especulativa, la que más se ha inspirado
más ha jugado con las teorías
darwinistas. Novelas como La radio de Darwin, de Greg Bear,
y su continuación todavía no traducida
Los hijos de Darwin se acercan a la evolución para
subvertirla, al igual que Legacy, del mismo autor.