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Antropología y filosofía: cuestiones y convergencias

Si la Antropología es, por definición, el estudio del hombre, y si dicho estudio implica necesariamente una teoría del ser humano, ¿qué clase de problemática puede diferenciar a un antropólogo de un filósofo? ¿Qué puede serles propio en cada caso? O, más bien, ¿qué le es más accesible a cada uno de ellas en función de los datos que usualmente manejan y de los métodos que aplican?

En cierto modo, lo que hacemos aquí es interrogarnos acerca de una disyuntiva que se propone considerar las espectativas de cada disciplina en general, las posibilidades que les caben respectivamente en función de sus materias de conocimiento y en función, asimismo, de lo que tratan de comprender. Quizá el principio científicamente más logrado sería el recurrir al análisis de sus terminologías respectivas, pero aquí nos enfrentaríamos con dificultades semánticas que no consideramos ahora lugar éste para discernir. Preferimos acudir más bien a una definición escueta de lo que parece ser pretensión de cada disciplina en particular. Y desde nuestra concepción aplicarnos a la determinación de sus límites generales.

Com esta manera de formular el problema tratamos de ver tabién qué es común y qué no lo es cuando comparamos la Antropología con la Filosofía. Y tratamos de ver, además, hasta qué punto sus métodos imponen de por sí limitaciones al conocimiento que obtienen en cada caso. Inicialmente, entonces, conviene partir de una breve definición para cada una, aún reconociendo que esta definición sólo constituye un medio de abordar la problemática de que nos ocupamos.

En nuestro entender, el filósofo incide en preocupaciones que afectan a los conceptos y a las ideas que el hombre se formula para conducir su existencia y para comprenderla. El trabajo filosófico es una categoría del pensar consigo mismo cada filósofo el sistema de la existencia propia con los demás. De acuerdo con eso, este pensar le viene dado en forma de experiencia intelectual que se abre, por así decir, al reconocimiento de que, además de la realidad conocida, existe la realidad libre, pues, para constituirse ésta no depende necesariamente de una reproducción de los objetos que existan fuera de la experiencia del mismo filósofo.

En éste sentido, no cabe una reproducción intelectual de la realidad, en ningún caso, pero el pensamiento filosófico es, a difrencia del antropológico, un pensamiento desde sí mismo para otros. En cuanto es así, es más aventurero que cualquier otro y representa, por lo mismo, un pensamiento más libre y original que la realidad estructurada. Por ende, este saber es más coherente cuanto más cualitativa es la selección de experiencia que lleva a cabo el filósofo, pues en cada caso está intelectualmente constituido por una integración mental que depende del conocimiento alcanzado por el mundo en que vive. De ahí que los límites de cada filosofía sean históricamente diferentes, y de ahí que cada filosófo deba considerarse como una particular, histórica, expresión de su tiempo, o de su cultura. Se puede, entonces, afirmar que el saber filosófico existe como un saber sobre los principios que gobiernan al hombre en su acción dentro de la naturaleza. Este saber se establece por el filósofo como un saber autónomo, de totalidad históricamente limitada y cuantitativamente condicionada por la calidad relativa de la información que se selecciona. Así, el filósofo depende de informaciones que le llegan del mundo en que vive. Le vienen dados, pues, al filósofo conocimientos cuya intelección es realizable viviendo en el mundo donde se perciben y son posibles. Sin esta percepción situacional, la verificación filosófica se convierte en una especulación racional cuya validez se concreta en términos de posibilidad cuestionable.

A diferencia, por ejemplo, de ciencias humanas como la Antropología, la Filosofía no mide sus posibilidades en términos de límites, como ocurre con los modelos estructurales. Más bien formula razones abiertas, soluciones potenciales, problemas que se cuestionan desde una posibilidad intelectualmente alcanzable o racional. En tal forma, las intuiciones filosóficas superan el marco restringido de las estructuras antropológicas, precisamente porque carecen de las limitaciones que, en cada caso, imponen los objetos en su realidad. Entonces, si bien toda filosofía tiende a ser un modo personal definitivo, es inestable porque el hombre es un ser variable, y por lo mismo es una posibilidad constantemente abierta a una reformulación de cuestiones. Dicha posibilidad puede ser entendida como un ejemplo de cómo el pensamiento humano da direcciones diferentes a su razón, y de ahí el que todo esquema filosófico sea un paradigma de combinaciones de realidades posibles.

Así, la fórmula filosófica por excelencia es una que crea condiciones teóricas para una inteligibilidad de las estructuras científicas y de la misma realidad de que se ocupa. El a priori filosófico viene a ser como la llamada, por Mouloud (1970,45), "sintaxis adelantada" de los datos del experimentador. Estas sintaxis son construcciones o programas en los que se definen las posibilidades estructurales que puede encontrar la investigación. En tal caso, el lenguaje filosófico podría constituir un avance de lo que es posible hallar una vez la investigación se ocupe de verificar la realidad de los objetos. En cuanto este pensamiento filosófico está abierto expresa una posibilidad de realidad y, por lo tanto, es una clase de razón que refleja, en cierto modo, un gran margen de libertad.

La libertad relativa con que ha sido configurado este pensamiento, sufre una restricción a poseriori cuando confronta su adecuación a la realidad de la acción. (cf. Mouloud 1970ª, 65). Según este contexto, la racionalidad de las fórmulas filosóficas nunca puede considerarse una forma definitivamente completa, en tanto, como señala correctamente Mouloud (ibidem), la forma total de esta razón depende de una relación o prueba por los datos del mismo objeto al que se refiere su construcción aprioirística. En tal sentido, la creación filosófica es un posible estructural, y por lo tanto es una fórmula propositiva para una verificación a posteriori. Por ello, entonces, la Filosofía supone una norma cuya verdad relativa deriva de su propia crítica a posteriori, de cómo confronta en sus razones de posibilidad a los objetos mismos a que se refiere.

Cuando, por otra parte, el filósofo acude a la especulación, su situación resulta muy especial, pues en ese caso lo que hace es proyectar sobre el mundode las ideas razones sistemáticas que, como dice La Barre (1961, 221) parecen convertir a la Filosofía en una rama de la poesía lírica, puesto que, en realidad, lo que este filosofar viene a ser es una especie de refracción de sentimientos razonados con los que se procura hacer que los demás sientan como el mismo filósofo. Eso es diferente a lo que ocurre con la Antropología. Aquí las reducciones propias del método etnográfico producen ideas de universalidad que suelen ser diferentes a las ideas que se había uno formado previamente (cf. Lévi-Strauss 1964, 359). Es por esta razón que las reducciones etnográficas encuentran sus caracteres universales más en las estructuras que en los contenidos. De ahí que la búsqueda de los invariables culturales trate de alcanzarse por medio del estudio de los fundamentos de las relaciones sociales. Y de ahí, empero, que si acudimos a los contenidos culturales, los invariables se conviertan en particulares o variables. En tal caso, y por comparación, los presupuestos filosóficos se modifican en una dirección cuantitativamente problemática y cualitativamente situacional, y si se quiere, adaptativa y hasta evolutiva.

Se comprende entonces que el valor de los sentimientos y de la especulación para explicar situaciones culturales diferentes a las nuestras propias, se reduce a mínimos que son relativos a la percepción que se haya logrado de la realidad viviente, más que de la humana. En los métodos filosóficos esta percepción sólo puede darse a partir de una especulación lógica que recoja los acontecimientos en su forma intelectual o racional, sin embargo de lo cual los acontecimientos constituirán siempre un fenómeno de reducción personal y, en la mayoría de los casos, de perspectiva propiamente deductiva e intelectualista.

En cierto modo, las filosofías existencialistas tienden a darnos esta clase de ideas, sobre todo cuando se las considera observadas como desde un balcón de teatro en el que uno ve al filósofo existencialista moviéndose en una especie de representación artística de los elementos. Hay en esa representación, sufrimientos o, si se prefiere, sentimientos que se nos comunican desde la perspectiva de una profunda racionalidad. No obstante, esta filosofía se nos dice con ideas que son más ideas sobre uno mismo que razones de los demás, como en este caso lo serían las versiones etnográficas. De ahí que el existencialismo, en cuanto fuera una reflexión subjetivante de la realidad y en cierto modo un desarrollo de realidades hacia nuevas posibilidades de existencia (cf. Landmann 1961, 257) pueda considerarse más una ideología (cf. Granger, 1970, 21) que una filosofía, más una inmersión en la praxis que un conocimiento objetivante. Aquí en el existencialismo, lo que aparece es el yo como problema, es el yo centrado en su cuestión situacional y en el planteamiento de su destino (cf. Ladmann, ibid,55).

Esta especulación cuya vida racional es la del propio yo filosofante, adquiere también una cualidad especial. Se nos presenta como un arte o esteticismo fundado en combinatorias imaginativas. Dentro de la perspectiva del yo, tanto como una filosofía, lo que aquí percibimos es una transideología, en el sentido de ser un transporte de saberes yoicos llevados hasta el reino intelectual de la cuestión, más que hacia el reino de la elucidación. Aquí se trataría de valores de juicio impuestos a la situación del yo mediante un esfuerzo de reflexión sobre lo que es y lo que siente, más que sobre lo que se sabe, de manera que este yo sería en esencia cuestionable a partir de su confrontación con el de los demás a los que se dirige.

El sentido que damos aquí a lo cuestionable refiere a la clase de experiencia que es susceptible de ser experimentada a efectos de valor universal. Por ello, este valor de universalidad relativa puede considerarse desde dos direcciones: 1.- desde la experimental o basada en la prueba científica; y 2.- desde la basada sólo en el pensar sobre pruebas de la razón o de la intuición. Partiendo de los problemas objetivos implícitos en el saber experimental, no es cuestionable aquello que se haya probado científicamente, sin embargo de lo cual y puesto que toda prueba científica explicita relaciones de espectro o de sector del mundo relativamente reducido, la probabilidad de las relaciones posibles surgirá a posteriori de la experiencia intelectual.

Filosofar es el equivalente a un experimento del pensar especulativo que sin detenerse a verificar empíricamente todo lo que se piensa, establece la realidad de los sujetos desde una conciencia inédita. Esto es, los anuncia o determina como son, no para contestarse prácticamente una pregunta, sinó más bien para formularse ésta desde la verificación de su propio discurso y dentro de la libertad que se asume al pensar uno consigo mismo.

Si esto es así, cabe también decir que los límites intelectuales a que se obliga el filósofo son más amplios que, digamos, los del científico social o que los del antropólogo. Éste depende más de lo que ve y de lo que los objetos son en sus relaciones "evidentes", que de lo que estas relaciones son en su aspecto de "latentes". Así resulta que lo latente o subyacente dentro de la misma realidad queda fuera del campo de la observación o de la manipulación empírica, y en cuanto no es propio del análisis social o antropológico especular sobre lo que es sin estar, entonces se nos aparece como una ampliación del pensar que consiste en filosofar sobre lo que siendo un probable ser, no deja de ser también un ser que se hace en el propio yo del filósofo.

No es tampoco lo encubierto propio del pensar filosófico, sino todo aquello que puede ser establecido como posibilidad en los demás, como causa, principio, cualidad u orden intemporal de los fenómenos en su racionalidad desde el sujeto que lo piensa, o sea el mismo filósofo. Desde esta atalaya, si la estructura de lo que se ve o de lo que se nos dice es lo propio del modo antropológico de construir una teoría del hombre, y si lo encubierto ha sido, desde Freud, lo propio del psicoanálisis, lo que no es evidente se convierte en tarea filosófica por excelencia, precisamente porque pensarlo requiere saber determinarlo. Decir cómo se comporta sin verlo ni entreverlo. Los síntomas desde los que se plantea lo filosófico vienen a ser, al comienzo síndromes inverificados que se descubren como cualidades que son con independencia de su realidad visible, que son, pues, "independientes" y que se asumen como teoría de lo que es, sin necesariamente tener que ser desde la intrínseca condición antropológica del tener que verse para ser.

Podríamos añadir que si la la ambición, más o menos explícita, de la Filosofía es la de ser o estar por encima del tiempo, esto es, mantenerse a través de los principios y de la crítica del acontecimiento, fuera de la historia específica, sin embargo la realidad social de cada filósofo interfiere sobre su conciencia y provoca en él una pugna crítica entre realidad conocida y posibilidad desconocida, que generalmente no resuelve porque se resiste a indagarla dentro del marco del relativismo cultural o de la historia que, por serlo, por ser lo dado, puede ser objetivado. De este modo, si la formulación de una teoría el antropólogo la hace a posteriori de lo existente y como una reducción analítica de este último, en cambio, la teoría del filósofo se formula a priori de lo que es evidente, y así resulta pesquisidora y especulativa. Sólo es práctica después de ser verificada y aplicada a los tópicos de cada realidad.

De este modo, el antropólogo y el filósofo están distanciados entre sí más que por su teoría, por el medio como llegan a ella, y más que por sus temas, por su modo de abordarlos y resolverlos. A partir de esta situación, la filosofía se nos presenta como un reactuar crítico sobre el conocimiento de las relaciones empíricamente verificadas por el mismo yo y por los alcances de otras teorías y constituye en este sentido un reactuar crítico sobre la validez relativa de sus interpretaciones, precisamente porque su acción es intelectualmente más libre que la del científico o la del antropólogo: no depende como éste de lo que es, sino de lo que piensa que es. En todo caso, a éste lo crea. Una y otra disciplinas establecen cuestiones sobre sus conocimientos respectivos, pero una y otra lo hacen desde la situación diferente de sus intelecciones de los temas.

Podemos situar el pensar filosófico a nivel o en términos de un a priori no necesariamente dependiente del proceso experimental. Desde esta perspectiva, el filósofo va más allá de la misma ciencia, y en todo caso la incluye, puesto que su función es pensarla y abrirse hacia "todo" por medio de la reflexión inteligente de sus cuestiones. La filosofía es como una aventura mental en la que uno trata de descubrir el ser ignorado de cada objeto viéndolo como vivido por el filósofo. La realidad que está fuera viene a ser sentida como si estuviera resuelta sin haberla visto o, si se quiere, sin haberla denotado. La realidad filosófica es un sector de conocimiento posible sólo por el pensar del filósofo, precisamente porque éste es distinto de la verdadera realidad a que alude. Con esto en función, el pensar filosófico se constituye en una realidad del filósofo y su estructura es independiente de ls realidad conocida por los demás pensadores, ya que la de estos es otra sin él.

Al filósofo podemos pensarlo, entonces, como un ejemplo de cómo toda la experiencia asequible pugna por ser diferente a como realmente es en la conciencia existente. Para nosotros es difícil que, falto el filósofo de instrumentos objetivantes, excepto los de su propia racionalidad formando una estructura singular, y puesto que con sólo ésta no suelen definirse las fronteras de lo objetivo respecto de lo subjetivo, la Filosofía pueda elaborar modelos cuya totalidad de estructura sea algo más que una posibilidad de lo real. Así es como todo filosófico resulta cuestionable, y por racional, empíricamente verificable en sus posibilidades comunicativas.

Filosofar se nos ofrece, entonces, como un hacer cuestionable nuestra situación y, por ende, nuestros resultados relativos a la conciencia que tenemos de las cosas, cualquiera que sea el orden en que se manifiesten. Cuestionar es introducir elementos críticos que implican, por su misma estructura, aplicarse a la estimulante función de plantearse contínuamente el filósofo nuevos problemas y tratar de resolverlos, con independencia de su verificación experimental. Conforme a eso, la antropología puede contemplar en la estructura del pensamiento filosófico los sistemas racionales a partir de los cuales se hacen también cuestionables nuestras propias conclusiones. Eso nos advierte acerca de que las formulaciones filosóficas se caracterizan por ser explicaciones que surgen del saber pensar sobre nosotros mismos, sobre nuestro ser, sobre nuestro destino, y sobre todo cuanto supone un valor de existencia para nuestra especie.

C. ESTEVA FABREGAT: Antropología y filosofía, A. Redondo Ed, BARCELONA, 1973, pp. 5-15.

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