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La peligrosa idea de Darwin... todavía

SALVADOR LLOPART - 30/06/2004

En 1859 Darwin publicó El origen de las especies cuya primera edición, de 1.500 ejemplares, se agotó el primer día. Así se inició la polémica sobre el darwinismo. Estos días se publica en España La estructura de la teoría de la evolución, de Stephen Jay Gould, la obra magna de uno de los teóricos díscolos ante la ortodoxia evolutiva representada por Richard Dawkins, autor de El gen egoísta. Han pasado casi 150 años entre la primera obra y la de sus seguidores y, entre tanto, la vieja polémica ha evolucionado, se ha adaptado y ha mutado, tal como Darwin señaló que pasaba en la naturaleza. Pero la polémica no cesa.

El pasado mes de abril se abrió una crisis nacional en Italia cuando la ministra de educación Letizia Moratti anunció que pensaba evitar la teoría de la evolución en las enseñanzas medias. El órdago fue inmediato, y la ministra tuvo que desandar el camino y nombrar una comisión presidida por la doctora Rita Levi Montalcini, premio Nobel en 1996, para redactar un nuevo proyecto.

Años antes, en Argentina, en los tiempos de Menem, pasó algo semejante. Y en Estados Unidos las ideas de Darwin están en la picota una y otra vez desde el famoso Juicio del mono en los años veinte, cuando el profesor John Scopes fue condenado en Dayton, Tennessee, por enseñar la teoría de la evolución.

Ese juicio y los sucesivos –el último tuvo lugar en Kansas, en 1999– se han convertido en gran medida en el emblema en aquel país de la lucha por la libertad de enseñanza y por la libertad de expresión. Efectivamente, la peligrosa idea de Darwin sigue siendo peligrosa, pero no de la misma manera en todos lados. En Italia, como en España, donde la teoría de la evolución se enseña desde primero de ESO, ya no se debate, como en Estados Unidos hace años, la validez de la propuesta bíblica que fija el inicio del mundo la tarde del 23 de octubre del año 4004 a.C., según cálculos del arzobispo James Ussher.

Esa discusión ahora nos hace sonreír. La misma Iglesia católica, en boca del papa Juan Pablo II (1996), y antes, en los años cincuenta, con la encíclica Humani Genesis del Papa Pio XII, reconoce que la teoría darwinista es algo más que una hipótesis, y deja el cómo de la evolución en manos de la ciencia reservándose para sí los porqués últimos. La discusión actual encuentra más bien su razón de ser en la duda posmoderna sobre los discursos totalizadores.

En estos tiempos irónicos del todo vale, la teoría evolutiva, como la ciencia en general, se tacha demasiadas veces de arrogante. Una acusación que, en el caso de la tesis darwinista, se complementa además con las fisuras, las inseguridades y las dudas que surgen de la interpretación de los mecanismos de la evolución.





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