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Un tipo particular de cambio
LA SELECCIÓN favorece el desarrollo de nuevas adaptaciones y la adquisición de novedades evolutivas
LA ESPECIE humana no tiene ninguna probabilidad de escindirse en otras nuevas especies

ERNST MAYR - 22/08/2004

En nuestro planeta todo parece estar en continuo flujo. Algunos cambios son muy regulares: los del nivel del mar en las mareas, los estacionales debidos a la traslación de la Tierra alrededor del Sol. Otros son irregulares y difíciles de predecir porque dependen de procesos estocásticos variados: los movimientos causados por la tectónica de placas, el rigor del invierno de año en año. Hay un tipo particular de cambio que se produce continuamente y tiene un componente direccional. Es el que se conoce como evolución. Del mismo modo que un cambio gradual lleva desde el óvulo fecundado al individuo adulto completamente desarrollado, se creía que el conjunto de los seres vivos cambió desde los organismos más sencillos a otros cada vez más complejos, con la especie humana en la cúspide de la evolución.

El pensamiento evolutivo se difundió durante la segunda mitad del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX, no sólo en biología, sino también en lingüística, filosofía, sociología, economía y otras ramas del pensamiento. Sin embargo, en ciencia fue durante mucho tiempo una visión minoritaria. La causa del cambio de una visión estática del mundo al evolucionismo fue la enorme popularidad del libro El origen de las especies, de Charles Darwin, publicado en 1859. La teoría científica que exponía se basaba en dos hechos: variación y selección.

Los genes, situados en los cromosomas, controlan las características de los organismos. Cada gen codifica un programa biológico con una función específica y el conjunto de genes de un individuo forma su genotipo. La palabra fenotipo se refiere al conjunto de características morfológicas, fisiológicas, bioquímicas y de comportamiento que diferencian a un individuo de todos los demás. El fenotipo empieza a formarse durante el desarrollo del zigoto (el óvulo fecundado) y continúa hasta la edad adulta debido a la interacción del genotipo con el ambiente. Un mismo genotipo puede originar fenotipos muy diferentes en ambientes distintos. Dado que el fenotipo es el producto del genotipo, posee estabilidad evolutiva y capacidad de evolución.

Casi todo en el universo inanimado está en evolución, es decir, cambia de manera evidente en una secuencia direccional. Pero ¿qué es lo que evoluciona en el mundo de los seres vivos? Es cierto que las especies evolucionan, y también evolucionan todas las combinaciones de especies en la jerarquía linneana (géneros, familias, órdenes y todos los taxones superiores que completan la totalidad de los seres vivos). Pero ¿qué ocurre en niveles inferiores? ¿Evolucionan los individuos? No, rotundamente no. El nivel inferior de organización de los seres vivos que evoluciona es la población. La evolución se comprende mejor como una renovación genética que se da en los individuos de todas las poblaciones de generación en generación. Aunque se produce una enorme variación genética en cada generación, sólo unos pocos individuos sobrevivirán para producir una nueva generación. Son los mejor adaptados, porque poseen una combinación adecuada de atributos que están determinados principalmente por los genes. Como consecuencia de la supervivencia continuada de los individuos (fenotipos) con los mejores genotipos para afrontar los cambios ambientales, la composición genética de todas las poblaciones cambia continuamente. Ese cambio es la evolución biológica y se produce en poblaciones de individuos que son genéticamente irrepetibles. La evolución es, por necesidad, un proceso gradual y continuado.

En las poblaciones que se reproducen sexualmente hay dos fuentes de variabilidad que se superponen: la variación genotípica (en una especie sexuada no hay dos individuos que sean genéticamente idénticos) y la variación fenotípica (cada genotipo reacciona de manera distinta). La evolución en los organismos con reproduccción sexual consiste en cambios genéticos que se dan en las poblaciones de generación en generación. Muchos procesos, principalmente las mutaciones, causan cambios genéticos que proporcionan la variación fenotípica necesaria para la selección. El factor más importante es la recombinación, fuente prácticamente inagotable de nuevos genotipos en cada generación. La supresión de la mayor parte de la variación en los hijos de una pareja se llama selección. Los individuos mejor adaptados al ambiente biótico y abiótico tienen más posibilidades de sobrevivir. La selección favorece el desarrollo de nuevas adaptaciones y la adquisición de novedades evolutivas, lo cual hace progresar la evolución. La evolución en conjunto es una renovación de la población; normalmente es un proceso gradual, excepto en el caso de algunos procesos cromosómicos que pueden originar la aparición de nuevos individuos-especies en un único paso.

El éxito de un linaje para ocupar muchos nichos ecológicos y zonas adaptativas diferentes se llama radiación adaptativa. Los reptiles, sin abandonar su estructura básica, evolucionaron y originaron los cocodrilos, las tortugas, los lagartos, las serpientes, los ictiosauros y los pterosauros. Los mamíferos produjeron las ratas, los monos, los murciélagos y las ballenas. Y las aves evolucionaron para ocupar los nichos de los halcones, las cigüeñas, los pájaros cantores, los avestruces, los colibríes y los pingüinos. Cada grupo ha hallado su propio tipo de nicho ecológico en la naturaleza, sin ningún cambio importante en el tipo estructural ancestral.

Ese tipo de radiación adaptativa se dio también en un grupo de primates, los chimpancés y sus parientes, cuando hace unos dos millones y medio de años cambió el clima de África tropical. El ambiente se hizo más árido, parte de la selva tropical se convirtió en una sabana con árboles y de los chimpancés se originaron los australopitecinos que andaban sobre dos patas (bipedación). Donde el clima era más árido, los árboles murieron y la sabana arbórea se convirtió en una sabana de matorral, dejando a los australopitecinos completamente indefensos ante sus enemigos: leones, leopardos, hienas y perros salvajes, que eran más veloces que ellos al correr. Carecían de armas como cuernos o colmillos poderosos y de fuerza para luchar con éxito contra sus posibles enemigos. La mayoría de los australopitecinos murieron en los cientos de miles de años que duró ese cambio de vegetación. Hubo dos excepciones. Algunas sabanas arbóreas sobrevivieron en lugares especialmente favorables y allí también sobrevivieron durante algún tiempo australopitecinos como el Australopithecus habilis y las dos robustas especies de Paranthropus. De todos modos, para la historia de la humanidad fue más importante que algunas poblaciones de australopitecinos sobrevivieran porque usaron su inteligencia para desarrollar mecanismos de defensas eficaces. El caso es que los descendientes de aquellos australopitecinos, que estaban ya evolucionando hacia el género Homo, sobrevivieron y medraron. La bipedación arborícola de los australopitecinos evolucionó hacia la bipedación terrestre de Homo. El tamaño del cerebro aumentó hasta más del doble en el Homo erectus. El dimorfismo sexual disminuyó y de un peso que era un 50% superior en los machos se pasó a una diferencia del 15%. Los dientes, principalmente los molares, se hicieron mucho más pequeños. Los brazos se acortaron y las piernas se alargaron.

Se suelen hacer dos preguntas típicas sobre la naturaleza humana. La primera es: ¿qué probabilidad tiene la especie humana de escindirse en otras nuevas especies? La respuesta es clara: ninguna. Desde el Ártico a los trópicos, los humanos ocupan todos los nichos imaginables que un animal parecido a ellos podría ocupar. Además, no hay aislamiento geográfico entre las poblaciones humanas. La segunda pregunta es: ¿podría la especie humana actual evolucionar en conjunto y originar una nueva especie mejor? O ¿podría convertirse el hombre en un superhombre? En este sentido tampoco hay esperanzas. Aunque la gran variación genética del genotipo humano sería un material adecuado para la selección, las condiciones modernas son muy distintas de las que imperaban cuando algunas poblaciones de Homo erectus evolucionaron y originaron la especie Homo sapiens.

Los humanos modernos son una sociedad masificada y no hay indicios de una selección natural de genotipos superiores que permitiera a nuestra especie evolucionar por encima de su capacidad actual. Al no producirse una selección en el sentido de una mejora, no hay ninguna probabilidad de que se pueda originar una especie humana superior.

E. mayr, profesor emérito de la Universidad de Harvard, Cambridge, EE.UU. Traducción: Mercè Piqueras
nota: El pasado 5 de julio del 2004, Ernst Mayr cumplió cien años

 




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